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Visión a 50 Años

La Reserva del Tigrillo en los Cerros Orientales de Bogotá


Bogotá, una de las ciudades más vibrantes de América Latina y sin duda el corazón económico de Colombia, está rodeada por un tesoro natural inigualable: sus montañas. Estos ecosistemas, que conforman los cerros orientales, albergan una biodiversidad impresionante, desde ranas y comadrejas hasta zarigüeyas y aves nativas que habitan los frágiles bosques que bordean la ciudad. Sin embargo, en los últimos años, la relación de Bogotá con los animales ha cambiado drásticamente, y no siempre para bien.

Uno de los fenómenos más evidentes es el aumento de la población de perros y gatos en la ciudad. Las cifras de animales domésticos, especialmente perros, se han disparado, y con ello ha surgido toda una economía alrededor de su cuidado. Paseadores, guarderías y servicios especializados para mascotas se han vuelto una parte común del paisaje urbano. Es usual ver buses recogiendo perros en conjuntos residenciales para llevarlos a guarderías en las afueras de la ciudad. Un ejemplo cercano es el del Verjón, un área en la que cada vez más perros son llevados diariamente para pasar el día. Lo que antes era una zona tranquila, llena de sonidos de la naturaleza, hoy está invadida por el ladrido de perros que alteran el equilibrio natural.



Este fenómeno no es menor. En una ciudad donde los recursos públicos deben priorizar el bienestar de todos sus habitantes, es cuestionable que se destinen grandes sumas de dinero a cuidar de perros y gatos mientras los ecosistemas que rodean Bogotá enfrentan serias amenazas. ¿Es razonable invertir en el bienestar de las mascotas domésticas mientras las especies nativas, que tienen un rol crucial en el equilibrio ambiental, están siendo desplazadas y cazadas?


El impacto ambiental de estos animales domésticos en la fauna nativa es alarmante. Perros sueltos, escapados de perreras o guarderías, deambulan por los bosques y atacan a pequeños mamíferos como armadillos o zarigüeyas, cuyas poblaciones ya están en riesgo. En cuanto a los gatos, el problema es aún mayor. Los estudios indican que los gatos domésticos cazan miles de millones de aves al año en todo el mundo, y Bogotá no es la excepción. Estos depredadores silenciosos alteran profundamente los ecosistemas locales, eliminando especies de aves que cumplen funciones vitales para el equilibrio del medio ambiente.


Nos encontramos en una encrucijada donde las prioridades no parecen estar claras. La protección de las especies nativas y la regeneración de nuestros ecosistemas debería estar en el centro de las políticas públicas. Sin embargo, en la práctica, vemos cómo los recursos se desvían hacia el bienestar de las mascotas domésticas. ¿Cuánto pesa la descarga de desechos orgánicos de los perros en nuestras quebradas y ríos? ¿Qué impacto tienen estos animales en los espacios naturales a los que son llevados diariamente?


La conservación de los cerros orientales y de áreas estratégicas como el Verjón es una responsabilidad colectiva. Si no ajustamos nuestras prioridades y comenzamos a proteger la fauna y flora nativas por encima del confort de los animales domésticos, estaremos perdiendo un patrimonio natural invaluable. Al final, la verdadera riqueza de Bogotá no está en sus rascacielos, sino en sus montañas y en la biodiversidad que aún sobrevive en ellas, si decidimos protegerla a tiempo.



Una idea audaz


Proponemos una idea audaz: convertir los cerros orientales de Bogotá en una reserva de tigrillos. Y seguramente muchos se preguntarán, ¿cómo así, tigrillos en Bogotá? Aunque parezca sorprendente, sí, todavía quedan algunos tigrillos en los cerros, pero son tristemente pocos. Entonces, ¿por qué llamarlos “Reserva del Tigrillo”? Porque necesitamos un cambio de visión, un proyecto a largo plazo, algo que los ediles de Bogotá han empezado a considerar con gran visión de futuro. Este no es un proyecto para hoy o para mañana, es una apuesta a 50 años, cuando los bosques de Bogotá estén restaurados y saludables nuevamente.

Lamentablemente, en nuestra cultura, muchas veces queremos llegar al final sin pasar por los pasos intermedios. Queremos los resultados, pero no siempre estamos dispuestos a sembrar las semillas, regar el suelo y esperar el tiempo necesario. Sin embargo, este es un proyecto que requiere paciencia y compromiso: primero los arbustos, luego los árboles, hasta que los bosques altoandinos de Bogotá se vuelvan nuevamente impenetrables, llenos de vida y biodiversidad.

En los primeros años, veremos el retorno de las ardillas, zarigüeyas y zorros. Con el tiempo, reaparecerán los armadillos, y en 50 años, cuando los ecosistemas hayan recuperado su equilibrio, será posible ver nuevamente a los tigrillos habitando los cerros de Bogotá. Nuestros hijos y nietos nos recordarán por haber tomado la decisión valiente de crear un espacio donde la naturaleza pueda prosperar.

En lugar de gastar el presupuesto en soluciones cortoplacistas o en proyectos que no promueven un verdadero cambio, invirtamos en la regeneración de nuestros ecosistemas. Hagamos de los cerros orientales la “Reserva del Tigrillo”, un proyecto que, aunque pueda parecer lejano, será el legado de una Bogotá más verde y viva. ¡Atrevámonos a pensar en grande, a pensar en el futuro y a cuidar de lo que realmente importa!



 
 
 

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